Sólo una canción
Hace una tarde gris y ventosa que azota sus harapos y les hace refugiarse en la covacha. V y H tiritan, se miran y la tristeza les cubre como una sombra.
No quieren dejarse llevar por el desánimo, buscan el calor y la alegría en la música, pero H comienza a cantar y su voz quebrada entona el último lied de “Viaje de invierno” de Schubert; las estrofas de “el organillero” se desgranan con lenta y mecánica cadencia:
Allí bajo la ciudad
hay un organillero,
Y con dedos rígidos
toca lo que puede.
Descalzo sobre el hielo
vaga aquí y allá,
Y su pequeño plato
siempre permanece vacío.
Nadie quiere oírle,
nadie le ve,
Y los perros gruñen
al viejo.
Y él deja que todo ocurra
como quiera,
Toca y su lira
nunca está tranquila.
Viejo extraordinario,
¿puedo ir contigo?
¿Querrás acompañar con tu
lira mis canciones?
Las notas en la desesperanzada tonalidad de La menor traen a V. la evocación de un paisaje helado por el que un viajero camina con dificultad contra la ventisca y la nieve acumulada, y a un lado de la calle desierta un viejo tirita mientras gira la manivela de su desvencijado organillo, y hasta le parece escuchar la paralizada armonía de las notas del piano.
Pero la canción, escenificación de la tristeza sin límites, tiene una virtud balsámica sobre su melancolía; comentan con ánimo más risueño la figura del viejo como heraldo de la muerte en su repetición sin sentido y sin esperanza, ve el viajero su otro yo, una especie de doble “doppelgänger” desolado.
Se enzarzan en una animada disputa sobre si el viejo tocaba zanfona u organillo, recuerdan que Schubert lo compuso en los últimos días de su vida, invadido por la enfermedad y H trae a cuento el poema de Angel González:
canción para cantar una canción
Esa música...
Insiste, hace daño
en el alma
Viene tal vez de un tiempo
remoto, de una época imposible
perdida para siempre.
Sobrepasa los límites
de la música. Tiene materia,
aroma, es como polvo de algo
indefinible, de un recuerdo
que nunca se ha vivido,
de una vaga esperanza irrealizable.
Se llama simplemente:
canción.
Pero no es sólo eso.
Es también la tristeza.
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5 comentarios
Salamandra -
Vere -
anarkasis -
El director vestido pero solo en el chaqué, con el nabo del argentino de Vailima dirigiendo la orquestina,
el público es ciego claro,
o se lo hace,
esto:
sigo
=
de
triste :-(
joroba, que tristestoy, me voy a hundir en el pantano de la tristeza.
buaaaaaa...
Vailima -
fuera de bromas: magnífica descripción y la música... comparto la impresión de Charles.
saludos
Charles de Batz -
Ya nos anunció Vere la llegada de anotaciones encabezadas por la señora tristeza, pero le habeis dado entrada al galope, como si de una sacudida se tratara, de la mano de ese monje solitario ante la furia de una tormenta en la que sólo pueden oirse los alaridos de las banshees.
Sólo una canción, la de un viaje de invierno, en el que uno se siente muy pequeño ante la furia desencadenada desde los cielos.
Muy bonita pieza. Ese sonido del piano tiene la facultad de encogerme el alma. Pero, amigos, no os aficionéis a la tristeza.
Salud