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De Vere y Herri Gardens

LA HUELLA DEL ASFÓDELO ( I )

LA HUELLA DEL ASFÓDELO ( I )

          Terminaron el año en la isla dándole vueltas a los ecos que llegaban de las islas cercanas, los vientos traen retazos de historias pobladas de gente que, recién salidos de la oscuridad les iluminan, que llenaron sus noches de mitos como el del andrógino y les transmiten la idea de que el mundo griego es el nuestro. En eso estaban cuando al caer en sus manos el libro de Frederick W. Rolfe, llamado Barón Corvo, “El deseo y la búsqueda del todo”, se toparon de nuevo con  el mito platónico y además encontraron esta curiosa descripción:

         

          “Era una joven de unos dieciséis años, alta, fuerte, extrañamente formada, de extremidades rectas, casi tan asexuada como un zagal, blanca como la leche, con cabello corto y tupido, castaño claro, alisado por la lluvia. Todo su cuerpo estaba cubierto de polvo convertido en barro a causa del aguacero. El rostro era de lo más extraño, asexuado, inexpresivo y sobrio, singularmente puro e inocente, pero fascinante; tan fascinante como las extremidades y el tronco esbeltos, magníficos, con aquellos espléndidos contornos musculosos y aquel color puro, pero opulento. Fue examinándola centímetro a centímetro: los pies y las piernas ágiles de piel morena, el hombro ancho y fino con un gran cardenal, el perfecto cojín plano del pecho blanco, no desarrollado. Con seguridad, la Naturaleza había sido interrumpida cuando hizo a esta criatura –destinada a ser un elegante mancebo, de pecho amplio, costado delgado, sin talle- , que por error nació mujer…...         

          Era como una flor. Era como una flor aromática de vigorosa serenidad. Era como esas maravillosas azaleas de Gante en la placidez de Uskvale. Al comienzo del estío presentaban largas mesas de flores comparables al cuerpo de la muchacha, mesas florecientes de pétalos suaves que se marchitaban sólo con tocarlos o cogerlos, pétalos puros y suaves que se ruborizaban al sol como la tez hermosa, dulce y lozana de una doncella. Y en este punto habiendo completado y cerrado un círculo de pensamiento, se detuvo satisfecho. El símil era correcto. Había empezado a intuir el término de comparación para el tono y la textura de su doncella. El recuerdo le trajo una flor, la flor de las azaleas de Gante. El círculo perfecto le hizo ronronear. ¿Y su forma? La forma de un mozo noble, en todo salvo en el sexo. ¿Y su mente?         

          ¿Quién era? ¿Quién era? Tampoco importaba. ¿Qué diantres iba a hacer con ella? Eso sí era de una enorme relevancia.” 

          Si Barón Corvo arrastró su vida torturada (y seguramente torturante) alrededor del final del siglo XIX, malvive como miembro de la colonia inglesa de Venecia y además el libro tiene en portada un bello San Sebastián de Moreau, el conjunto se les mostraba como un cebo irresistible.

4 comentarios

anarkasis -

estoy en niebla baja, espesiiiiisísima,
tanto que no atino a ver diferencias, pero a pesar de ello estoy mas brillante que ese Barón. que: ¿Qué diantres iba a hacer con ella? la leche.

Vere -

Charles, yo no lo conocía hasta hace poco; me dice Herri que Borges habla de él, lo relaciona con Lovecraft -algo así como que son escritores que no tienen sentido del humor, que se toman a sí mismos muy en serio- pero hemos perdido la referencia. Es divertido eso de prestarnos temas. Ladydark, -te sobra una n je je-ese es otro camino, la colonia extranjera en Venecia- vamos a seguir con los efebos o similares !Que Antinoo nos sea propicio!

ladydark -

Aunque no he leido nada del torturado y torturante Baron Corvo, enseguida he evocado a otro veneciano de adopción, August Von Planten y sus sonetos venecianos (que además sirvió de referencia para el decadente Aschenbach de "Muerte en Venecia" de Mann, mejor que Mahler a mi parecer).¡Ay esos efebos...!

Charles de Batz -

No puedo evitar echar mano de los recuerdos, quizá de este modo sirvan para algo de mayor utilidad que la de pasearse por mi cabeza. Ahí va.

La última vez que hablé con alguien del Barón Corvo fue la Semana Santa pasada, cuando haciendo el Camino de Santiago nos llegamos hasta León, después de andar cerca de 40 kilómetros. Pasado lo que ya conté en otro lugar, dimos con una librería que está cerca de la Catedral y donde entablamos una interesante conversación con su dueño sobre personajes tan dispares como Zweig, Richard Burton -el poeta y aventurero-, y el Barón Corvo. Al hablar de éste último y de su poético final, el librero -gran vendedor también-, puso el libro en mis manos, ese del que habláis aquí, y en ellas ha seguido desde entonces.

Hay tentaciones a las que uno no puede resistirse.

A la de volver es otra de ellas.

Salud y Fraternidad

P.S.: Vere, se lo comenté a ayer a Anarkasis en su blog, si no me voy por otras veredas os tomaré prestado un concepto al que hicisteis alusión el día pasado.