CATTLEYA DE TRIANA ( I )
Los náufragos se abrían paso con dificultad en el espeso bosque tropical. Hace un calor de estufa que hace incómodo avanzar y, además están cansados de un día de exploraciones, así que desean el fresco de la noche y de la playa donde tienen el refugio. El atardecer se filtra entre las frondas de helechos, las lianas y las copas de los árboles. H. exclama un brutal dicho marinero cuando choca contra una rama de árbol que no ha visto en su lucha contra la enmarañada vegetación, pero se vuelve hacia V. con expresión emocionada: “mira, una cattleya”. Y es que en la horcajadura de la rama está una bella orquídea epifita de labelo tricolor. Una cattleya, repite V. y ambos se lanzan por el río de asociaciones que la flor les ha despertado. En su imaginación enfebrecida y exaltada por la soledad, la horcajadura pasa a ser la onda canal entre los senos de Odette de Crécy, el tronco su bien formado talle modelado al antojo de la moda por el corsé, y en la penumbra apareció el resto de una parisina elegante: bucles, corpiño, gasas, volantes, justillos, dobles faldas y bullones de encaje.
De golpe (ese golpe que era el Swann y Odette) se les ha roto la oscura y blanda protección de la rutina, les ha puesto delante la vida que han perdido o quizás lo que creían tener; ese resplandor inmediato total y delicioso, les ha iluminado con crueldad su existencia y, como siempre no tienen otra salida que perderse en las evocaciones del texto, dejarse llevar por lo que Proust les propone.
“Una segunda visita que le hizo tal vez tuvo más importancia. Al dirigirse aquel día a su casa, como siempre que debía verla se la imaginaba de antemano; y la necesidad que sentía, para encontrar bello su rostro, de circunscribir sólo a los pómulos frescos y rosados las mejillas que tan a menudo tenía amarillas y lacias, picadas a veces de puntitos rojos, le afligía como una prueba de que el ideal es inaccesible y mediocre la felicidad. Le llevaba un grabado que Odette deseaba ver. Estaba algo indispuesta y lo recibió en bata de crespón de China color malva, sujetándose sobre el pecho, como un chal, una tela suntuosamente bordada. De pié, a su lado, con los cabellos sueltos que dejaba resbalar a lo largo de las mejillas, con una pierna doblada en actitud casi de baile para poder inclinarse sin fatiga hacia el grabado que, bajando la cabeza, observaba con sus grandes ojos, tan cansados y desapacibles cuando no se animaba, sorprendió a Swann por su parecido con esa figura de Séfora, hija de Jetró, que puede verse en un fresco de la capilla Sextina. Swann siempre había tenido esa particular afición a encontrar en los cuadros de los maestros no sólo los caracteres generales de la realidad que nos rodea, sino aquello que, por el contrario, parece menos susceptible de generalizar, los rasgos individuales de los rostros que conocemos: por ejemplo, en la materia de un busto del dogo Loredano de Antonio Rizzo, la prominencia de los pómulos, la oblicuidad de las cejas, el clamoroso sosias, en suma de su cochero Rémi; bajo los colores de Ghirlandaio, la nariz de M. de Palancy; en un retrato de Tintoretto, la invasión del gordo de la mejilla por la implantación de los primeros pelos de las patillas, el fruncimiento de la nariz, la penetración de la mirada, la congestión de los párpados del doctor Du Boulbon. Como siempre había tenido remordimientos por haber limitado su vida a las relaciones mundanas, a la conversación, quizás creía encontrar una especie de indulgente perdón concedido por los grandes artistas en aquel hecho: también ellos habían considerado con gusto y acogido en su propia obra esas caras que confieren a ésta un certificado singular de la realidad y de vida, un sabor moderno; quizás, también, se había dejado conquistar tanto por la frivolidad de las gentes de mundo que sentía la necesidad de encontrar en una obra antigua aquellas alusiones anticipadas y rejuvenecedoras a nombres propios del presente. Quizás, por el contrario, había conservado el suficiente temperamento de artista para que tales características individuales le gustasen adoptando un significado más general cuando las veía desarraigadas, liberadas, en el parecido de un retrato más antiguo con un original al que no representaba. En todo caso, y quizá porque la plenitud de impresiones que disfrutaba desde hacía un tiempo, aunque le hubiese llegado más bien con el amor por la música, había enriquecido hasta su gusto por la pintura, el placer fue más profundo, y había de ejercer sobre Swann una influencia duradera, al encontrar en ese momento en el parecido de Odette con la Séfora de aquel Sandro di Mariano a quien conocemos por el sobrenombre popular de Botticelli dado que éste evoca, en lugar de la obra verdadera del pintor, la idea trivial y falsa que de él se ha vulgarizado. Dejó de estimar la cara de Odette por la mejor o peor calidad de sus mejillas y por la suavidad puramente carnosa que suponía iba a encontrar en ellas rozándolas con sus labios, si alguna vez se atrevía a besarla, para considerarla como una madeja de líneas sutiles y bellas que sus ojos se apresuraron a devanar, siguiendo la curva de su envolvimiento, conectando la cadencia de la nuca con la efusión de los cabellos y la flexión de los párpados, como en un retrato de ella en que su tipo se volviese inteligible y claro.”
Traducción: Mauro Armiño
18 comentarios
Vere -
Vailima -
Vere -
ladydark -
http://www.villegaseditores.com/loslibros/9589138772/listado_txt.html
(Si son pasmosas Vere)
Vere -
Habrá cattleya milady.
Charles de Batz -
Salud
ladydark -
Vere -
Anarkasis, nunca recibimos mayor elogio.
anarkasis -
¿que parte es la vuestra? ¿la de arriba?
la leche.. me había parecido divertido por un momento el Proust. jejeje
Vere -
anarkasis -
me lo voy a poner esta noche al Proust debajo de la nuca haber si me quita la tortícolis, poque la tonteria ya nací con ella y no va tener remedio.
(descansen un poco, ¡vaya ritmo llevan posteando!, por mi ya les cumplo en calidad hasta fin de año)
Vere -
Vere -
ladydark -
Charles de Batz -
Salud
Charles de Batz -
ladydark -
Charles de Batz -
Quizá sea pasión lo que inspira este recuerdo evocado por nuestros amigos naufragos, transformados días ha en Malaspinas o Humboldts en busca de las raras especies vegetales que pueblan aquella su perdida ínsula.
Salud