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De Vere y Herri Gardens

EL LIBRO AMARILLO

EL LIBRO AMARILLO

Nous promenions notre visage

(Nous fûmes deux, je le maintiens)

Sur maints charmes de paysage,

Ô soeur, y comparant les tiens.


L'ère d'autorité se trouble

Lorsque, sans nul motif, on dit

De ce midi que notre double

Inconscience approfondit.

….

Oui, dans une île que l'air charge

De vue et non de visions

Toute fleur s'étalait plus large

Sans que nous en devisions.

S. Mallarmé (Prose pour des Esseintes)

 

           Son muchas las noches que los náufragos pasan delante de la hoguera, unas divertidas o apenas entrevistas después de un día agotador, pero otras son largas, duras y cortantes; en ellas los insomnios como túneles de su largo encierro se visten con los ropajes del ensueño y la fantasmagoría.

           Permanecían absortos largo rato, H. parece despertar, mira a V. que está sentado en una especie de sillón hecho de troncos y lianas y sorprende en su aspecto un hieratismo de icono bizantino, una inmovilidad de emperador mongol que trae a su memoria oleadas de vagos y difusos recuerdos que lentamente cristalizan: poco a poco la vegetación y las peñas que rodean su refugio, iluminados por el movible y vinoso resplandor de la llama de las maderas tropicales, se muta en una extraña basílica cuya sola decoración es perversa: los troncos en altos fustes de esbeltas columnas, las palmeras en cimacios y arquerías refulgentes de dorados mosaicos… fueron fluyendo las frases del libro amarillo que Wilde pone en manos del cínico y corruptor Lord Henry Wotton en el Retrato de Dorian Gray. Los graves aromas de la selva tropical parecen transformarse en sahumerios que salen en pesadas volutas de cientos de pebeteros y el murmullo de la selva en monótono canto de enjoyados eunucos. El mundo se puebla de los símbolos que Huysmans imaginó.

       “Entre todos los artistas, había uno que le entusiasmaba, se trataba de Gustave Moreau, adquirió las dos obras maestras de Moreau y, noche tras noche, soñaba contemplando uno de los cuadros, en el que estaba representada Salomé. En este cuadro se erigía un trono –semejante al altar mayor de una catedral-, junto a incontables arcadas surgidas de macizas columnas, como los pilares romanos, revestidos de adoquines polícromos, engastados de mosaicos y adornados de lapislázuli y sardonix, en un palacio que parecía una basílica de estilo entre musulmán y bizantino. En el centro del tabernáculo que coronaba el altar, al que se accedía mediante unos escalones en forma de semicírculo, se sentaba el Tetrarca Herodes, con una tiara en la cabeza, las piernas junta y las manos sobre las rodillas. Su rostro era amarrillo y apergaminado, surcado de arrugas y diezmado por los años, su larga barba flotaba como una nube blanca sobre las estrellas, brillantes como piedras preciosas, que adornaban perfumes que expelían nubes de vapor traspasadas por el brillo de las gemas engarzadas en los costados del trono, como los ojos fosforescentes de los animales salvajes. El vapor iba subiendo, extendiéndose sobre las arcadas, donde el humo azulado se mezclaba con el polvillo dorado de los grandes rayos de sol que descendían de las cúpulas. Entre la perversa fragancia de los perfumes en la atmósfera sobrecalentada de la gran estancia, Salomé s desliza lentamente de puntillas, el brazo izquierdo extendido en un gesto imperioso, el derecho encogido, sosteniendo una gran flor de loto a la altura del rostro, mientras una mujer, sentada en cuclillas, tañe las cuerdas de una guitarra. Con expresión concentrada, solemne y casi augusta, empieza la lúbrica danza que despertará los aletargados sentidos del viejo Herodes; sus senos se agitan y, al contacto con sus arremolinados collares, se endurecen sus pezones; sartas de diamantes brillan sobre su piel húmeda; resplandecen sus pulseras, cinturones y anillos; y, a través de su ostentosa túnica, bordada con perlas, adornada con plata y laminada en oro, la enjoyada coraza, cada una de cuyas cadenas es una joya preciosa, parece llamear cruzada por sierpecillas de fuego agitándose sobre la carne mate, sobre la piel rosa té, como suntuosos insectos e deslumbrante alas, jaspeados de carmín moteados de amarillo pálido, esmaltados de azul acero y rayados de verde pavón.”

7 comentarios

Vere -

Ladydark, nos has pillado...llevamos un rato dándole vueltas al Mallarmé y no nos salen más que churros, al ser fragmantos de un poema es más dificil transmitir el sentido..pero seguimos en ello.
Anarkasis, no hay por qué darlas. El forzudo tenía barbas y mira como acabó.

anarkasis -

ya estamos por aquí algunos ausentes. Muchas gracias por vuestra prosa, Está chachi... rococó kiricó francés el moreau es portada de comic.
vamos...(hevi de ahora), falta el conan en el dibujillo, tipo "1984", repartiendo ostias, raptandose en un dragón alado a la tripalaire...

ladydark -

He estado buscando por la internetes pero todo lo que he visto era penoso, ¡Herri acude a nosotros!

Vere -

Lady, espero que Mosieur Herrí tenga a bien traducirte a Mallarmé, disculpa.

Vere -

Me repito, pero insisto en que es una suerte - y lo que posibilita que exista el blog- tener lectores como vosotros. Ladydark, tienes muy buen oido, efectivamente era Flaubert según dicen el escritor preferido de Moreau y tuvo muy en cuenta las descripciones de Salambó para costruir sus fantasmagóricos cuadros sobre Salomé.

ladydark -

Aunque parecería más acertado que me hubiera acordado del "Herodias" de Flaubert, me ha venido a la memoria "Salambó", probablemente porque hace apenas un mes lo releí. así se presenta Salambó ante Matho para recuperar el velo de Tanit:
"Matho no oía, la contemplaba, pero sus ojos no diferenciaban los vestidos y el cuerpo de Salambó, que se le aparecían confusos. Los reflejos centelleantes de las telas y el esplendor de su piel eran algo especial y privativo de Salambó. Sus ojos fulguraban como diamantes; el brillo de las uñas era la continuación de la finura de las piedras preciosas que llevaba en los dedos; los dos broches de su túnica, levantando ligeramente sus pechos los acercaban uno a otro, y su imaginación se perdía en aquel estrecho intervalo, por donde corría un hilo de perlas del que pendía una chapa de esmeralda que se traslucía, más abajo, bajo la gasa violada. Llevaba por pendientes dos balancitas de záfiro con una perla ahuecada, llena de un perfume líquido. Por los agujeros de la perla caía, de cuando en cuando, una gotita que humedecía su hombro desnudo. Matho miraba cómo caía."
Me ha gustado muchísimo el post, merece la pena esperar a vuestras musas :).

Charles de Batz -

Mas que un libro venenoso, que era lo que se decía de él in illo tempore, parece como si con vosotros el amarillo tuviera efectos alucinógenos, trasladando a las soledades isleñas los mas libidinosos pensamientos. No era nadie la Salomé esa...

Salud