El mapa perdido de la Isla del Tesoro
Pero las aventuras de La Isla del Tesoro aún no han terminado. El mapa era la parte principal de la trama. Por ejemplo, llamé a un islote “La isla del esqueleto”, sin saber a qué me refería, buscando únicamente algo que resultase pintoresco de inmediato, y fue para justificar ese nombre por lo que entré en la galería del señor Poe y robé el puntero de Flint. Fue asimismo por haber hecho dos puertos por lo que mandé a La Hispaniola de acá para allá con Israel Hands. Llegó un día que decidieron reeditarlo, y mandé mi manuscrito, y el mapa con él, a los señores Cassell. Las galeradas llegaron, las corregí, pero no tuve noticias del mapa. Escribí para preguntar, y cuando me dijeron que no lo habían recibido, me quedé aterrado. Una cosa es trazar un tema al azar, poner la escala en una esquina inconscientemente, y escribir una historia siguiendo esas indicaciones, y otra muy distinta tener que estudiar un libro entero, hacer un inventario de todas las alusiones contenidas en él y, con un compás, afanarse en trazar un mapa que concuerde con los datos. Lo hice, volví a dibujar el mapa en el estudio de mi padre, y lo adorné con ballenas respirando y barcos navegando; y mi padre contribuyó con la habilidad que tenía para hacer caligrafías diferentes y falsificó minuciosamente la firma del capitán Flint y las indicaciones de navegación de Billy Bones. Pero, no sé por qué, para mí nunca fue La Isla del Tesoro.
He dicho que el mapa era casi toda la trama. Casi podría decir que lo era por completo. Unos cuantos recuerdos de Poe, Defoe y Washington Irving, un ejemplar de “Los bucaneros” de Johnson, el nombre del Cofre del Hombre Muerto de “At last” de Charles Kingsley, algunas remembranzas de ir en canoa por alta mar, y el propio mapa, con su infinita y elocuente capacidad de sugestión, fueron todos mis materiales. Aunque tal vez no sea muy frecuente que un mapa tenga tal preeminencia en una historia, siempre es importante. El autor debe conocer el paisaje, ya sea real o imaginario, como la palma de su mano; las distancias, los puntos cardinales, el lugar por el que sale el sol, el curso de la luna, nada de ello debería ponerse en duda.
(R. L. Stevenson: Mi primer libro: La Isla del tesoro)
Para Charles, amante de los mapas.
3 comentarios
Vere -
Que entienda quien quiera.
Charles de Batz -
El amor por los mapas es algo que viene de lo más lejano de nuestra infancia, cuando, a falta de los recursos que tenemos hoy, imaginábamos para cada uno de aquellos extraños nombres una historia, una pequeña aventura. Recuerdo que en ella no faltaban los peligros, los descubrimientos, las batallas y las exploraciones a lo largo de aquél misterioso río, o de una inexplorada cordillera que albergaba en lo más recóndito de su corazón un pequeño lago sin nombre. Pasábamos horas perdidos en la inmensidad de una enorme carta extendida en el suelo...
Afortunadamente, a estos afectos no se los lleva el tiempo, si no que van añadiéndose otros más. Con el mismo gusto con el que uno disfrutaba de sus mixtificaciones geográficas, ha continuado a lo largo de los años añadiendo otros placeres, como es el de compartir desde esta parte de la pantalla gustos y sensaciones, momentos que -incluso ignorándose al otro lado- han sido importantes y emotivos, guiños, bromas, y algún que otro armagnac virtual...Tan valioso podriamos considerar a uno como a otro, con la diferencia de que este último nos premia con un valiso don: la amistad.
«A vuestra salud y a la mía, viento en las velas, buena comida y un buen botín».
anarkasis -
bien, bien, esto marcha..